El eje central del espectáculo gira en torno al mundo virtual de las redes sociales, en oposición al mundo real, sin estilo, de nuestra vida cotidiana. Este contrapunto es parte de un juego de enseñanza y ocultamiento, una especulación sobre la imagen que proyectamos y la que dejamos en la sombra. La positividad que pretendemos mostrar y la negatividad con la que vivimos y queremos mantener en secreto.

En el perfil de cualquier red social, tenemos infinitas posibilidades para diseñar nuestra propia imagen y hacerla auténtica, pero, curiosamente, todos los perfiles terminan siendo extrañamente parecidos. Todos estamos entrando en el juego de lo que debe mostrarse y lo que no debe mostrarse. Como si fuera una adicción, muchos de nosotros somos víctimas de la cantidad de ‘Me gusta’, comentarios o repercusiones de nuestras imágenes. Nos aferramos a reacciones a menudo exageradas, como: “¡Es mágico!”, “¡Me encanta!”, “¡Increíble!”, “¡Eres la persona más maravillosa que he conocido!”; tal vez pensar que esta persona puede ayudarnos a soportar el vacío del mundo contemporáneo en lugar de darnos cuenta de que tal vez solo son la fuente de tal vacío.

Y así, poco a poco, nos deshacemos del mundo real, nos volvemos ciegos a nuestro entorno inmediato; la vida continúa mientras estemos en otro lugar, decidiendo qué filtro se adapta mejor a lo que acabamos de fotografiar.

Inestable investiga ese espacio de relación entre nosotros mismos, la tecnología y las demás personas, esa sensación que nos genera inestabilidad mientras buscamos un lugar común, un punto de encuentro entre nosotros mismos y los otros que sea real.